Viernes de Vejentud

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Béisbol Callejero

El sábado pasado, en una reunión multitudinaria para festejar la visita de mi hermana la monja, se organizó un partido de beisbol de tres generaciones en calle blanca, de grava.

Mirándolos, me acordé de aquellas lejanas tardes cuando se armaba el beisbol callejero en mi cuadra. No en un parque o en un escampado, no. Se jugaba en la calle, con tres bases: primera, segunda y home. Un solo bate para todos, sin mascotas y con pelota de hilo.

Había que suspender el juego cada vez que pasaba un camión o un automóvil, pero eran otras épocas, eso sucedía una vez cada quince o veinte minutos cuando mucho.

Otra razón para suspender el juego era cuando la pelota volaba al techo o al patio de las casas. Si la casa era de alguno de los jugadores, él se encargaba de rescatarla; si no, quien la hubiera volado pedía permiso para entrar a buscarla. Si caía en casa de la bruja, ahí terminaba el juego.

Se jugaban las entradas que la luz del día o las mamás permitieran. Ganaba el equipo que tuviera más carreras en el momento en que se ocultara el sol o se oyeran las primeras llamadas a cenar.
Eso estaba recordando, cuando llegó la invitación: —Abuelo, ven a batear.
¿Ir o no ir? He ahí el dilema. Siendo el decano de la familia (que es una manera elegante de decir el más viejo), las decisiones no se pueden tomar así nomás.

Me acordé de aquellas manos raspadas, las rodillas amoratadas y los chuchulucos. Lo que en ese entonces era una medalla ganada en el cumplimiento del deber, hoy sería un premio a la imprudencia.

Sopesé las consecuencias. De batear no hay problema, Pero lo de correr… ¡Uf! La conexión entre el cerebro y las piernas ya no es como antes, y menos sin haber entrenado.

Me imaginé el espectáculo:

¡Ya se malmató el abuelo! ¡Traigan alcohol y algodón! ¡Abanícalo! ¿Hay naranja agria?

¡Qué pena! De ser así, acabaría con el juego.

Entonces tomé la decisión correspondiente al grado de prudencia que caracteriza a la familia que represento.

Pueden estar tranquilos, ya mañana dejaré de usar las vendas y le diré adiós a los analgésicos y los antiinflamatorios. Todo bien, gracias.

PFRG