Mujeres, con hacha en mano, cortan leña para sobrevivir

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Por José Luis Diaz

Apenas clarea la luz del día y salen de sus casas en busca del sustento diario, su tarea es leñar antes de que el sol apriete para después vender lo que alcanzaron a cortar pero, para ello hay que caminar algunos kilómetros entre los montes y la selva.

Lo mismo salen jovencitas para ayudar a sus mamás o a sus abuelitas que mamitas cargando a sus pequeños hijos, a los que no pueden dejar solos en sus casas pues los esposos también van al campo a trabajar las tierras o bien a vender sus artesanías de madera.

Vistiendo sus hipiles regionales llevan en sus manos sus hachas o sus coas, la mayoría se comunica en su idioma original, la maya, para hacer la travesía más amena.

Algo dice una de ellas en maya y todas sueltan la risa pero, voltean a ver al que esto escribe, entonces de pronto otra cuenta que lo que dijo su vecina es que si era posible que el reportero fuera a aguantar la caminata

Y es que, los moscos, los mentados tábanos y la humedad de la selva, de los montes, hacía más difícil adentrarse entre árboles, bejucos y maleza con espinas pero para ellas era algo normal, caminaban como si no hubiera nada a su paso, con la coa se abrían camino.

A ellas les interesaba llegar pronto al punto trazado con anterioridad para empezar a cortar. Había sido un largo caminar, quizás hasta dos kilómetros.

Los triciclos se habían quedado a la entrada de los montes y la selva, y eso significaba que mientras unas cortaban la leña, otras la cargaban y la iban haciendo montones para al final sacarla hasta donde habían dejado sus medios de transporte.

 Ya cuando habían transcurrido aproximadamente cuatro horas, es decir, desde las 06:00 horas hasta las 10 de la mañana, ya tenían grandes montones de leña pero, una de ellas se acercó y dijo:

“Te fijaste que nosotras no tumbamos árboles para poder leñar, nuestra madre naturaleza nos da lo necesario para que con árboles que solos caen podamos cortarlos y sacar para comer, así vivimos nosotras, somos pobres pero sabemos trabajar y eso es lo que le decimos al gobierno, no queremos que nos regalen, queremos que traigan programas para sembrar hortalizas, para urdir hamacas que aunque ya lo hacemos no es suficiente o bien trabajo para bordar”, dijo Juanita, como le dicen sus vecinas de cariño.

A ellas no les importaban los piquetes de los moscos o de las hormigas, tenían que lograr el objetivo, todas van con la misma mentalidad, son campesinas humildes, pobres, con muchas necesidades pero viven en la marginación y de esa manera se ganan la vida, les pagan 80 pesos por cada triciclo lleno que entregan en los pueblos cercanos.

Unas jalan sus triciclos pero otras que no tienen cargan en sus brazos o en sus espaldas los montones de leña. Las jornadas no son fáciles porque, el peligro acecha, sin embargo, los niños piden de comer, las jovencitas van creciendo y tienen otras necesidades, mientras que las amas de casa tratan de ayudar a sus esposos que o bien laboran en el campo o trabajan la madera, son las artesanías que salen a ofrecer a Chichen Itzá o a Mérida y tardan hasta una semana en regresar a sus hogares con sus familias, pasan hambres, pasan fríos en las madrugadas pero es la necesidad de estas mujeres indígenas mayas que han sido olvidadas por los malos gobiernos.

Hermosas imágenes de cómo desarrollan esta actividad las mujeres mestizas, que viven en uno de los pueblos más abandonados, sin que ningún Presidente Municipal o Gobernador se haya preocupado por darles la mano.